Reconocimiento a la realidad de los héroes anónimos en los laboratorios clínicos. Laboratorio al máximo

Marianela Vargas Umaña

Aunque pareciera que no es posible, la jefa se cansó. Leslie Carazo I Entra la aguja en la hora trece del cansancio, salta una lágrima y los reportes no cierran este día. Los reactivos no alcanzan, tampoco los cubrebocas, las personas, ni sus manos. Más casos se abruman en hisopos apenas flexibles. La pandemia toma el hospital. Veinticuatro horas no miden mis hombros ni las ganas de volverme almohada e ignorar los avances de la noche. Un descanso, unas pantuflas, un tanto de engaño al sueño y al día siguiente emprenderán mis piernas, mis venas responderán en la mira de esta terca batalla. II El virus intimida, nuestro laboratorio bordea el colapso. Mucho se diluye entre toma y toma de la jornada, tanto se desprende dentro de cada muestra. ¿Y nosotros, los analistas? Nos queremos al frente, que nadie caiga detrás de la careta, la bata, el cubretodo. Perdemos itinerarios de pesadilla, abrigamos la salud del compañero y al propio cuerpo pedimos: no te contamines. Es pleno el corazón de la emergencia, en sus tantos imposibles surtimos los resultados. Todos en uno sostenemos al paciente, en el no tienes covid-19 y en el llanto del sí lo tienes. III Trabajo desde el fondo de los guantes y una máscara disuelve mi semblante. Mato dentro de mí el riesgo, al coronavirus en su propia mortaja. Hoy los niños son distancia, mi amor trastorna la locura. Mis padres, que me miren desde lejos. No quiero ofrecerles la epidemia ni su falta de aire en los pasillos de la clínica. Llego al hogar, desvisto ansiedades y al cuerpo, me disuelvo insistentemente en jabones, desecho los miedos en sordo alcohol. Apenas entonces puedo destrenzar mi vida, intercambiar realidades y abrir ventanas a más fuerza en las sonrisas de mi gente.